La fiesta de La Merced en la ciudad de Machala

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Eran fiestas inolvidables que aún las llevamos pegadas a nuestra piel porque también había espacio para “amores” y “desamores”, pues muchos romances se amarraron o desunieron en estos intensos días de mucha cercanía entre los vecinos de la ciudad, especialmente en las largas caminatas alrededor del parque Juan Montalvo a la salida de las misas que cerraban el día, en la bulliciosa ciudad pueblerina de entonces.

Por: Nécker Franco Maldonado

Antecedentes

En un primer momento fueron las tres órdenes religiosas mendicantes reformada, las encargadas de la evangelización de los indígenas de América: Franciscanos, Dominicos y Agustinos, llegados a mediados del siglo XVI.

Con posterioridad llegaron a América los Mercedarios y los Jesuitas, en 1568. A partir de 1587 los Mercedarios fundaron la Vicaría General en la ciudad de San Miguel de Piura, misma que pertenecía al distrito del Obispado de Quito.

La Merced es, efectivamente, la Fiesta Mayor de Barcelona-España. Las celebraciones y en honor de nuestra Señora de la Merced (la Mercé, como le dicen los Catalanes), tienen sus orígenes en 1868, cuando el Papa proclamó La Merced como la santa patrona de Barcelona-España.

En todo caso, es la Orden Religiosa de los Mercedarios, la que traslada a Machala esta Advocación de la Virgen María, conocida como la virgen de La Merced, misma que es además patrona del litoral ecuatoriano, así como del ejército de nuestro país.

La fiesta de La Merced en Machala

En cambio, las celebraciones en honor de nuestra Señora de La Merced, como la Santa Patrona de Machala fueron notables, estando siempre el acto dominado por un sentido del espectáculo de la estética, con gran exhibición de fuegos artificiales. Todas las festividades se desarrollaban en los alrededores de la cuadrícula central de la ciudad (Parque Juan Montalvo) y muy cercanos a la Catedral.

En este temprano período de desarrollo, el acontecimiento tenía un fuerte elemento comercial, la exhibición de alimentos y otros productos comerciales; en todo caso, tuvo contenidos de cultura tradicional y popular.

Indudablemente que los elementos religiosos concentraban el protagonismo de la fiesta, en el centro de la ciudad, sin distingo de ninguna naturaleza, de razas, clases o aún, religiosos, etcétera.

Todos los vecinos se convertían en pueblo llano y disfrutaban: de las retretas de la banda municipal, del castillo que se quemaba junto a la iglesia, de los bingos, de los carruseles de caballitos, encuentros nacionales e internacionales de fútbol, de los juegos de azar, carretillas de refrescos, sitios de comida, los apetecidos “dulces serranos”, de los bailes populares, de la variedad de juegos y espectáculos, así como de los circos, que naturalmente se ubicaban en lugares más espaciosos de la pequeña ciudad.

Eran nueve días de solemnidades religiosas, aunque el 24 de septiembre era el día preciso de la celebración y el que concentraba mucho estruendo con los variados fuegos pirotécnicos.

Era realmente una fiesta esperada por propios y extraños, en la que se tejían verdaderas redes de pequeños comercios, que funcionaban en todos los órdenes, para engalanar a los viandantes, así como a la propia ciudad.

Era una ciudad en movimiento, era un RETABLO de la condición humana. La ciudad exponía su entraña, ante una audiencia ansiosa, en aquellos dulces y embriagadores días.

Los almacenes locales de telas disponían de una variedad muy rica: de casimires, linos, gabardinas, driles, popelinas, tafetanes, peterpanes, tules, organzas, chantúes, vuelas, para terminar con la tela espejo, y otros.

Creo que todos en la ciudad conocíamos de la proximidad de la fiesta, porque en casa nuestros padres ya nos habían preparado y provisto de “paradas” completas y nuevas, incluyendo los zapatos “Estrada” de Guayaquil o los zapatos “Bata”, adquiridos en la frontera peruana.

Una anécdota muy particular

Una anécdota muy particular de estas festividades consistía en unirse a la caravana -de muchachos- que perseguía al “turco” Jorge González Auad, mismo que con algún conocimiento criollo le hacía fuertes apuestas a los ruleteros y terminaba “desbancándolos” o “quebrándolos”, situación penosa para unos, pero distraída para otros, cosas propias de estos aconteceres.

Eran fiestas inolvidables que aún las llevamos pegadas a nuestra piel porque también había espacio para “amores” y “desamores”, pues muchos romances se amarraron o desunieron en estos intensos días de mucha cercanía entre los vecinos de la ciudad, especialmente en las largas caminatas alrededor del parque Juan Montalvo a la salida de las misas que cerraban el día, en la bulliciosa ciudad pueblerina de entonces.

No se puede desconocer que para los machaleños como para los residentes en la ciudad estas festividades han tenido, en general, un efecto positivo, porque han sido un medio de apoyo a la identidad local y a la construcción de su cohesión social.

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