Teología de la calle: Vivamos una pascua contemplativa; el silencio que engendra vida nueva

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Teología de la calle: Vivamos una pascua contemplativa; el silencio que engendra vida nueva

Por: P. Vicente Aníbal Romero Peña

La Pascua no es simplemente un tiempo litúrgico más. Es el centro del año cristiano, el corazón de nuestra fe, el triunfo de la vida sobre la muerte. Sin embargo, en medio del ruido del mundo, corremos el riesgo de vivirla superficialmente, como si la resurrección fuera una noticia lejana o un símbolo bonito sin implicaciones reales. Hoy, más que nunca, necesitamos una Pascua contemplativa: una Pascua que no solo se celebre, sino que se contemple con los ojos del alma, con el corazón arrodillado ante el misterio.

La contemplación no es evasión. Es una forma radical de compromiso.

Contemplar es entrar en el sepulcro con Cristo, hacer silencio en nuestro interior, y esperar — como María Magdalena en la aurora — que la luz despunte sobre nuestra oscuridad. En un mundo saturado de imágenes, palabras y urgencias, solo quien se detiene a mirar con fe puede reconocer al Resucitado en los gestos sencillos, en las llagas del prójimo, en el pan partido, en los signos del Reino.

La Pascua como tiempo escatológico

Vivir una Pascua contemplativa es, en el fondo, vivir en clave escatológica. Es comprender que toda la historia humana encuentra su sentido en este punto luminoso: el Cristo resucitado que inaugura un cielo nuevo y una tierra nueva. La resurrección no es solo un evento pasado; es una irrupción permanente del futuro de Dios en nuestro presente. Como dice San Pablo, » si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba » Col 3,1
Desde esta perspectiva, la contemplación pascual no nos aleja del mundo, sino que nos impulsa a verlo transfigurado. Nos obliga a dejar atrás las miradas fragmentadas, las lógicas del poder, del ego y del miedo. Porque quien contempla el rostro glorioso del Resucitado, ya no puede mirar igual el rostro del pobre, del marginado, del migrante, del enemigo.

La espiritualidad del sepulcro vacío

El sepulcro vacío no es una prueba, sino una provocación. Nos confronta con el misterio: ¿Dónde está el Señor? ¿Dónde lo han puesto? Y la respuesta no se encuentra en teorías, sino en el encuentro. Como los discípulos de Emaús, necesitamos caminar, escuchar, compartir el pan y, sobre todo, dejarnos arder el corazón.

Contemplar la Pascua es dejarnos habitar por ese fuego que no quema, pero que transforma. Es hacer del silencio una escuela de discernimiento. Es recuperar el sentido de la liturgia como espacio de comunión, no de rutina. Es comprender que toda contemplación verdadera desemboca en misión.

Hacernos testigos de lo invisible

En este tiempo pascual, la Iglesia está llamada a vivir como comunidad de testigos. No de ideologías, ni de slogans religiosos, sino testigos del Resucitado. Y eso solo es posible si primero lo hemos contemplado en el silencio de nuestra alma. Porque nadie puede anunciar lo que no ha visto. Nadie puede proclamar lo que no ha amado.

Desde la fe escatológica, cada Pascua que vivimos es una anticipación del Día sin ocaso, cuando Dios será todo en todos ( 1 Cor 15,28 ). Por eso, vivir una Pascua contemplativa es vivir atentos a esa plenitud que ya ha comenzado. Es abrir los ojos del alma y dejar que la esperanza nos reformatee por dentro. Es aprender a esperar activamente, como las vírgenes prudentes, con la lámpara encendida.

Que no pase la Pascua sin pasarnos por dentro

Queridos hermanos y hermanas: que esta Pascua no pase como un tiempo más. Que nos pase por dentro. Que nos descentre, nos purifique y nos renueve. Porque solo así podremos ser, en medio de un mundo herido, custodios del misterio, centinelas de la aurora, sembradores de resurrección.

Que María, mujer pascual y madre de la esperanza, nos enseñe a contemplar con sus ojos, a guardar las cosas en el corazón, y a reconocer al Viviente en cada rincón de nuestra historia.

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