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Teologia de la calle: Imaginario camaleón

Por: P. Vicente Aníbal Romero Peña

En la cotidianidad de nuestras vidas, los seres humanos habitamos entre proyecciones e imaginarios que, de manera sutil, se nos imponen a través de las personas, los medios de comunicación y las estructuras de poder. Estos imaginarios moldean nuestras percepciones y nos seducen con falsos ideales de éxito, poder y placer. Así, terminamos envueltos en una cultura del aparentar, donde la soberbia, la envidia y la codicia se confunden con virtudes, y la verdad del corazón se disuelve en el espejismo del tener.

El imaginario camaleón representa precisamente esa actitud de quien busca adaptarse al entorno cambiando de color, ocultando su identidad profunda para encajar o ascender socialmente. Es el deseo de proyectar una imagen que no nos pertenece, pero que anhelamos como símbolo de reconocimiento o poder. Este fenómeno se hace visible en la sociedad ecuatoriana y en tantas otras cuando se admira y replica el modelo de quienes, desde el privilegio o la impunidad, practican el engaño, el abuso o la injusticia. En este espejo distorsionado, muchos ven en el “éxito” del poderoso su propia aspiración frustrada.

Pero el Evangelio nos invita a romper con estos espejismos. Jesús, en la mesa eucarística de la vida, nos recuerda que el Reino de Dios no se edifica sobre la mentira, sino sobre la verdad, la ternura y la justicia. Frente al imaginario del camaleón, el discípulo consciente está llamado a transparentar su fe, a vivir con coherencia y sencillez, y a construir su identidad sobre la roca firme de la honestidad, esa virtud que se forja lentamente, en el silencio y la fidelidad cotidiana.

“No pasarán”, decimos con esperanza, porque el mal vivir, el egoísmo y la corrupción no tienen la última palabra. La última palabra la tiene el Amor Eterno, hecho carne en Cristo, que nos convoca a una vida nueva, reconciliada y fraterna.

La Teología de la Calle es, por tanto, una teología viva, que respira en los barrios, en los mercados, en las aulas, en los templos abiertos de la ciudad. Es una teología del encuentro y de la transformación, del diálogo ecuménico e interreligioso, de la inculturación y la endoculturación, donde la fe se hace cultura y la cultura se hace fe. Es el grito del pueblo que ora, lucha y sueña con el Reino, donde la vida, la justicia y la esperanza se hacen pan compartir.

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