Teología de la calle: Del miedo que deshumaniza a la esperanza que nos hace hermanos

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Por: P. Vicente Aníbal Romero Peña

La sombra de un mundo sin alma
Hay palabras que suenan raras, que no usamos en la tienda ni en el bus. Pero aunque no las digamos, las vivimos. Una de esas palabras es “distopía”: un mundo que ha perdido el rumbo, donde la tecnología avanza, pero la ternura retrocede, donde la desconfianza es norma y el individualismo un refugio. Es ese mundo donde ya no importa si el otro sufre, mientras yo esté bien; donde se habla de progreso, pero se olvida el rostro del pobre.

Es una sociedad que ha silenciado a Dios y ha dejado a los hombres hablando solos. Un mundo donde todo está conectado, menos los corazones. La sociedad de la prisa, del miedo, del “sálvese quien pueda”, no es ficción: es nuestra tentación cotidiana. Pero no es el sueño de Dios.

La profecía de la comunidad que ama
Frente a esa sombra, Dios no nos lanza un discurso… nos lanza una comunidad. Nos propone una forma distinta de habitar el mundo: con valores que no se compran ni se venden. Con vínculos que no se rompen al primer conflicto. Con rostros que no se vuelven invisibles.

Es la comunidad que nace del Evangelio, la que ve en el otro a un hermano, no a un competidor. La que, como en los Hechos de los Apóstoles, comparte el pan, la oración, la alegría y la cruz. La comunidad que no es perfecta, pero es fecunda. Que no es poderosa, pero es profética. Es la comunidad que apuesta por la vida plena, esa que brota del amor gratuito, del perdón verdadero, de la justicia que abraza.

La espiritualidad del vínculo
En este tiempo donde todo parece desconectado, la espiritualidad se convierte en resistencia. Ser espiritual no es huir del mundo, es aprender a ver el mundo con los ojos de Dios. Una espiritualidad comunitaria no se queda en ritos vacíos, sino que se convierte en gesto, en casa abierta, en escucha paciente, en abrazo oportuno.

La vida, según el Evangelio no es una utopía ingenua, sino la esperanza posible que nos ancla en la promesa: “ Yo estaré con ustedes todos los día s” ( Mt 28,20 ). Por eso, reconstruir comunidad es un acto profundamente espiritual. Es decirle a este mundo herido que todavía hay pan para compartir, nombres para pronunciar con cariño, y manos para sostener.

Del “No se puede” al “Vale la pena”
Nos han dicho que no se puede. Que la violencia es inevitable. Que la corrupción es parte del sistema. Que la vida vale solo si produce. Pero el Evangelio responde con una cruz vacía y un sepulcro abierto: sí se puede. Sí, se puede amar sin medida, servir sin interés, vivir sin miedo.

La Iglesia, en su forma más verdadera, es esa comunidad que no se resigna. Que se mete en el barro de la historia con el corazón encendido. Que no se encierra en los templos, sino que sale a las calles para ser levadura, luz, sal y vino nuevo.

Que no nos acostumbremos a la soledad
Queridos hermanos y hermanas: En un mundo que se está quedando sin alma, no nos acostumbremos a la soledad. No creamos que el amor es un lujo, ni que la comunidad es un cuento bonito del pasado. Volvamos a encontrarnos. Volvamos a confiar. Volvamos a construir comunidad con el Evangelio en una mano y la otra extendida hacia el hermano.

Y si el mundo insiste en ser distopía… Nosotros insistamos en ser esperanza.

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