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Teología de la calle: Sistema político fariseo y publicano

Por: P. Vicente Aníbal Romero Peña

El domingo 26 de octubre, la liturgia eucarística propuso la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18, 9-14). Este texto evangélico, además de ser una exhortación a la humildad espiritual, se convierte en una clave hermenéutica para interpretar nuestra realidad personal, social, política, económica y cultural.

La parábola no sólo revela actitudes individuales frente a Dios, sino que nos permite identificar dinámicas colectivas y estructurales presentes en los sistemas que configuran nuestras sociedades. En este sentido, podríamos decir que el Sistema Goliat Capitalista encarna al fariseo de la parábola, mientras que el Sistema David Publicano representa una actitud más autocrítica y consciente de sus propias limitaciones.

El Sistema Goliat Capitalista se comporta como el fariseo: se jacta de sus supuestos logros el crecimiento económico, la mejora educativa, la infraestructura vial, la eficiencia sanitaria o la generación de empleo y, se presenta ante el mundo como moralmente justificado. Sin embargo, bajo esa apariencia de virtud, se esconde una lógica de exclusión, desigualdad y dominación. Este sistema, en nombre de la ley y del “orden”, justifica la violencia estructural y las formas de opresión económica, convencido de estar cumpliendo un mandato superior, cuando en realidad perpetúa un orden deshumanizante.

Por otro lado, el Sistema David Publicano simboliza a quienes, desde una perspectiva ética y teológica, se reconocen imperfectos y limitados. Este sistema es capaz de realizar un autoanálisis social: reconoce que sus políticas no alcanzan a los sectores más vulnerables, que los hospitales y servicios públicos están colapsados, que los jóvenes y las minorías siguen siendo invisibilizados. Es decir, asume su corresponsabilidad ante los “descartados” de la sociedad los empobrecidos, los marginados, los excluidos y busca caminos de conversión social.

Toda institución pública o privada que carece de capacidad autocrítica corre el riesgo de transformarse en un fariseísmo estructural. En este punto, resuenan las palabras proféticas de Monseñor Gerardo Valencia Cano, “obispo de los negros”, quien en Buenaventura (Colombia, 1972) afirmaba: «Con tal que yo mejore mi situación económica, ¿qué me importan los demás?» Esta frase sintetiza el individualismo egoísta que se opone frontalmente al Evangelio y al espíritu comunitario del Reino de Dios.

Una lectura puramente individualista de la parábola de Lucas nos lleva a la indiferencia ante la realidad. Por ello, debemos preguntarnos: ¿Cuál es el sentido profundo de esta parábola? ¿Qué nos invita a transformar en nuestra vida personal y social?

Vivimos en una sociedad marcada por la mentira política, la religión alienante y la cultura híbrida y superficial; una sociedad dominada por un sistema Goliat-Fariseo, que confunde éxito con salvación y poder con justicia.

Parafraseando a San Agustín, podríamos decir: “El mundo es un libro, y quien no lo interroga, solo conoce una de sus páginas.”

Desde la teología de la calle, se nos invita a mirar la realidad desde el ethos personal y comunitario, a reconocer nuestros apetitos desordenados, y a cultivar una actitud ética transformadora que contribuya a la construcción de una sociedad más justa, solidaria y humana.

La teología, en este contexto, no puede desligarse de lo político: ambos campos se entrelazan mediante símbolos, mitos, narrativas, parábolas y fábulas que reflejan la experiencia humana de salvación y opresión.

Que Jesús, misionero del Padre, nos conceda el discernimiento necesario para leer los signos de los tiempos, y que la fuerza del Espíritu Santo nos fortalezca en la tarea de construir una sociedad más fraterna, donde el fariseo interior de paso al publicano humilde que se reconoce necesitado de misericordia.

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