Por: P. Vicente Aníbal Romero Peña
Los sistemas políticos contemporáneos han desencadenado una auténtica ofensiva contra la esperanza, configurando lo que puede denominarse cultura de la desesperanza. Este fenómeno atraviesa de manera transversal nuestras estructuras sociales y comunitarias, erosionando el tejido humano y espiritual.
Dicha seudocultura fomenta la anonimización del sujeto, debilita los lazos de solidaridad, legitima la violencia y normaliza la corrupción en todos los niveles. Incluso el consumo de drogas se inserta como expresión y consecuencia de este entramado de deshumanización.
La llamada cultura de la muerte se encuentra cimentada en los modelos políticos y económicos neoliberales, que se evidencian en la carrera armamentista, el abuso de poder, el incremento de la pobreza, la exclusión de los niños y ancianos, el exterminio de las culturas originarias y el saqueo sistemático de los recursos naturales y humanos. Ante este “Goliat-Sistema”, la esperanza se levanta como semilla fecunda —un grano de maíz—, signo de una fe viva que interpela y denuncia los fetiches modernos del poder, del dinero y de la fama.
El apóstol Pablo nos recuerda tres principios fundamentales de la existencia cristiana: fe, esperanza y amor. Por amor se entrega la vida, por amor se concede el perdón, por amor Cristo se ofreció hasta la muerte, y muerte de cruz.
Las idolatrías modernas no podrán anular la fuerza de la esperanza, pues esta es la que abre horizontes y hace posible lo que parece imposible. En este sentido, el cuidado de nuestra casa común constituye un imperativo ético frente a un sistema depredador y contrario a la vida.
Monseñor Gerardo Valencia Cano, obispo de Buenaventura (Colombia), ya advertía en 1970: “En una sociedad capitalista (neoliberal), aun con las mejores intenciones, todo se encuentra viciado por el pecado original de la soberbia. Por eso se escucha con frecuencia: mientras yo mejore mi situación, poco importa que otros queden sin trabajo, que existan menos maestros, menos escuelas…”
Que Cristo resucitado nos conceda la gracia de una esperanza activa y transformadora, capaz de superar el conformismo y la inercia, e impulsarnos hacia la construcción de una sociedad más justa, fraterna y solidaria.





















